22.4.16

Rico

Feta una gran primera compra per la casa, d'un pensador que respecto.

Mil años de poesía, de Francisco Rico. Em fa la impressió que hi gaudirem.

Esperem dos dies, aviam què tal, i ja el podrem mirar.

9.4.16

Fanzine '16

Hay quien piensa que los escritores sacrifican básicamente el tiempo que se pasan escribiendo algo, pero eso es una parte ínfima del sacrificio real. (Lo sé y no, este no es otro texto complaciente: al escritor lo vamos a ajusticiar, pero hay que empezar hablando de los sacrificios, que son a mi entender ciertos). Tiempo se gasta al escribir, pero no es donde más. Tampoco es lo más grave resolver que no se va a vivir de nada, y que por tanto el tiempo de la vida también va a ser objeto de sacrificio. No: el principal e inevitable coste que deberá afrontarse es la desconexión con respecto al ahora que se da permanentemente en el escritor.

Nunca están allí, los escritores. Por eso, aunque los haya que no escriban jamás, si realmente lo son, estarán dilapidando de una manera desaforada, muy dificil de captar en toda su magnitud, la entera abundancia del momento, mientras alguien desde fuera pudiera pensar que es que simplemente han elegido comerse un sandwich. Acaso vaya en descargo de su catadura moral la sospecha de que no malgastan del todo voluntariamente.

Nuestro personaje, pese a reconocer que la empresa mencionada es incómoda a más no poder, agradecía un poco (a su modo contenido) que la gente escribiera, porque solo así se podía enganchar a un lenguaje que le fuera suyo, puesto que la neutralidad que presentaban los objetos de su habitación era muy desesperanzadora.

Algunas cosas sí debían hacerse. Dar una ojeada alrededor, ver si las señales que prueban que uno está vivo seguían en orden, darse cuenta de los residuos a descartar. Al cabo de estos trámites, agarraba el libro y reprendía la narración que tenía entre manos. 

Leía de manera que obligaba a los escritores a acabarle el texto, a dejarse en la máquina de escribir los dedos a altísima velocidad. Pero no lo podían acabar, porque era imposible no cogerle cariño a la ilimitada longevidad de sus ojos, y además en sus ojos veían que, si escribían que él leía, le estaban dando vida a todo él o que, dicho de otro modo o por la otra cara de la moneda, sin que él leyera, se empezaba a cuestionar el período de luz que iluminaba sus habitaciones y sus platos también a medio terminar. En las tardes de climas moderados, con las persianas metálicas a juego con las raspas de sardina, esas habitaciones digo parcamente iluminadas.

No podían los escritores decidir la velocidad a la que nuestro personaje leía, ni satisfacerle por completo sin consecuencias imprevisibles, ni ocuparse de su vida cotidiana, alejada de la necesidad de ese alambre que todo lo ataba. Esclavos del personaje y lectores de su obsesión, hablaban con él y leían ya lo que él leía. El personaje entendía que era una idea, y se reivindicaba capaz de sabotear cuerpos realmente existentes, llenándoles del ansia que se siente al ser inútil; contándoles cada vez más lo que debían escribir. El personaje era el texto del escritor, y le humillaba diciéndole algo así como: cuenta mi historia, que no eres otra cosa que el pensamiento destinado a hilvanarla.

Las historias así tienen un magro final, porque los escritores también son personas y la realidad pesa mucho. Cuando el personaje decide que no existe y llega un día radiante de sol con una tarde que nadie espera, alguien tiene que bajar la basura, que es una cosa consistente y cierta, y en la cual ya se han producido todas las revoluciones necesarias que nadie de nosotros alcanzaremos un día a escribir. En la sombra del escritor que baja las escaleras cabizbajo es donde el auténtico escritor ha escrito el personaje.

5.4.16

L'emoció torbada


Ahir el professor de psicologia de l'emoció va parlar d'aquell virus que es cria a l'estòmac dels gats, que es traspassa a la femta, femta que es mengen les rates, infectant-se també. El virus actua sobre el cervell de les rates fent-los perdre la por. Les rates desporvistes (desprovistes de por, neologisme) es fan en la seva temeritat assequibles als gats, que se les foten. Aleshores, la cadena torna a començar, sempre beneficiant el virus. Els humans afectats també perden la por.